Los seguimos aplaudiendo

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Publicado: Dom, 13/12/2015 - 00:00

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Los seguimos aplaudiendo

La Fundación Compartir ha llegado hasta remotas veredas en busca de esos maestros que luchan contra la inequidad de un país que solo saldrá del atolladero cuando la educación sea prioridad.

Han volado por encima de las tres cordilleras. Se han mecido en embarcaciones oxidadas al vaivén del ancho Amazonas que pasa imponente frente a Leticia, y también en chalupas incómodas en los delgados hilos de agua que se pierden en la selva bañando caseríos que no figuran en el mapa. Han caminado bajo el sol ardiente del mediodía al lado de los rieles por donde alguna vez anduvo un tren lento y ruidoso de cuyos encantos aún les cuentan a sus nietos incrédulos los viejos que en él viajaron.

Han recurrido a todos los medios de transporte formalmente establecidos en este país enorme y de geografía tan hermosa como difícil, y sobre todo a medios improvisados y a vehículos que harían palidecer a los más intrépidos del cine de aventura.

Lo han hecho para encontrar, a la vuelta de las curvas y al otro lado de las montañas, maestros de los cuales sospechan que se trata de héroes verdaderos de una patria en la que muchos, tristemente, han dejado de creer en ellos. Alguna vez les tocó viajar hasta un municipio de la Provincia del Guavio, apretujados, temerosos y sofocados por el olor a desinfectante, a bordo de una ambulancia que constituía el único vehículo de motor que hasta allí subía.

Lo han hecho desde hace tres lustros, cuando se creó el Premio Compartir al Maestro, y lo han reforzado desde unos años atrás, cuando se instituyó el Premio Compartir al Rector. Y ahora que recuerdan aquellas faenas inolvidables sienten que ha valido la pena: la misión de estos funcionarios de la fundación y de los asesores que los han acompañado hasta veredas escondidas y pueblos lejanos es la de constatar que tantas bellezas como las que dicen de estos maestros son verdaderas. Que tienen esa vocación que les permite trascender la labor de transmitir conocimientos para convertirlos en líderes de una comunidad que necesita de su ejemplo y de su empuje para soñar con salir adelante. Que logran detectar las debilidades y los problemas de sus alumnos, y actúan como consejeros para ayudar a recuperar en ellos la tranquilidad, la autoestima o la alegría. Que son inquietos e inconformes y no aceptan las limitaciones a las que tantas veces se enfrentan por cuenta de la pobreza o de la violencia, y a diario dan cuenta de su recursividad.

Han encontrado maestros que recorren varios kilómetros cada día, desde el casco municipal hasta alguna vereda, con sus mochilas cargadas de libros para que esos niños que jamás han salido de su tierra tengan la posibilidad de viajar a través de los relatos de otros. Maestras que con la ayuda de la danza les han permitido a adolescentes que han sido maltratadas expresar sus problemas y sus dolorosas historias por medio de coreografías que han constituido el primer paso de una lenta y difícil recuperación. Maestros que, con pocos recursos pero con mucha imaginación y la ayuda de la tecnología, crearon en municipios incomunicados y olvidados canales de televisión y emisoras de radio que programan y dirigen los alumnos y que le han permitido a la población estrechar los lazos entre ellos y conectarse con el mundo.

Han sido testigos de la labor admirable de un rector que se propuso recuperar el terreno en donde está el colegio para que, desde el respeto por la naturaleza, los alumnos adquieran la conciencia que se necesita para tratar hoy al planeta. Han visto a una maestra que, a pesar de ser sorda, con gran despliegue de recursos logra la atención de un curso en el que hay estudiantes oyentes y estudiantes sordos, en un maravilloso ejemplo de inclusión. Se han maravillado con la labor de una rectora que logró crear en su colegio un mariposario sin paredes, sin techo ni redes, pues estableció cuáles eran las plantas que las diversas especies de mariposas buscarían por instinto: libres como ellas andan en el hermoso campus los niños y los jóvenes de quienes a la rectora le interesa sobre todo que sean muy felices al menos durante el horario escolar.

Han visitado municipios por donde han pasado todos los actores de la guerra, y en donde hay rectores desaparecidos y maestros amenazados, y han encontrado modelos conmovedores de educación para la paz. Han conocido las estrategias de rectores que año tras año logran para sus alumnos de escasos recursos becas en las mejores universidades del país, porque se les metió en la cabeza que ellos eran tan capaces como los mejores y merecían que el sueño de las oportunidades esquivas se hiciera realidad.

Desde que se creó el premio, en 1999, la Fundación Compartir ha recibido más de 26 mil postulaciones de profesores que aspiran a un galardón que exalta el que para muchos es el oficio más noble del mundo. Y en el ejercicio de examinarse ellos mismos para redactar el texto de presentación, de buscar sus fortalezas, de tratar de encontrar soluciones para superar los obstáculos, estos aspirantes se han visto como en un espejo maravilloso que sin duda los ayudará a ser mejores maestros.

De los más de mil que se presentan cada año, alrededor de medio centenar que son elegidos luego de un primer filtro son visitados en sus colegios, son vistos en acción, son evaluados para establecer los finalistas, y entre estos el gran maestro y los maestros ilustres. Muchos de ellos, maestros solitarios, golondrinas que hacen verano en remotas veredas lejos del progreso, tratando de formar colombianos ejemplares y luchando contra la inequidad de un país que solo saldrá del atolladero cuando la educación sea prioridad, cuando la buena enseñanza no sea un privilegio de unos pocos… cuando haya más maestros y más rectores como estos que han recibido el Premio Compartir y a quienes seguimos aplaudiendo con emoción.