Han sido alrededor de 25 años los que ha trabajado de cerca con estudiantes, padres de familia, maestros y la comunidad de Instituciones Educativas en Bogotá, poniendo a prueba su compromiso por lo social.
Javier Pombo Rodríguez, hijo menor de tres hermanos, de padre bogotano y madre cartagenera, nació y se crió en Bogotá, sin embargo, tuvo mucha influencia costeña en su niñez pues viajaban seguido a la Costa a visitar a sus familiares, pero sobre todo recuerda la comida, ya que su abuela materna era muy buena cocinando y hacia sancocho de pescado, arepa de huevo y decía: “Cada bocado en la boca es una gota más de sangre”.
Así transcurrieron los primeros años de vida de Javier, llenos de anécdotas y buenos recuerdos junto a sus hermanos Alonso y Nicolás; su mamá Beatriz, maestra de Preescolar en un comienzo aunque luego se dedicó a otros oficios y no la veían con frecuencia; y Berta, quien los cuidaba y según él era como un sargento que los obligaba a comer más de la cuenta y no los dejaba dormir hasta tarde, “eso sí, se le abona que cocinaba muy rico”, añadió.
Al momento de elegir una carrera profesional, su inclinación por la justicia prevaleció ante cualquier otra cosa y estudió Derecho en la Universidad del Rosario, ejerció la profesión por pocos años en una oficina de abogados trabajando con firmas relacionadas al tema minero y petrolero, que aunque era muy novedoso y atractivo en ese momento, no fue impedimento para que aceptara la propuesta de su colega Eduardo Barajas, quien iba a ser nombrado Secretario de Educación en la alcaldía de Jaime Castro y le ofreció ser su asesor en términos de hecho.
Esa decisión cambió el rumbo de su vida para siempre, ya que se involucró tanto con las peticiones que llegaban a la Secretaría tanto de estudiantes, padres de familia, docentes y comunidad de las diferentes Instituciones Educativas oficiales del Distrito, que pasó de estar sentado en un escritorio a visitar con frecuencia colegios con problemas de infraestructura, inseguridad y otro tipo de factores, para asegurarse del verdadero problema. Fue así como conoció al líder de la pandilla ‘Mis pequeños angelitos’ que se ubican en los cerros nororientales de Bogotá, e inició con él y el resto de la banda un proceso de reintegración a la escuela.
¿Cómo fue la experiencia con ‘Mis pequeños angelitos’?
Al principio me sentía inseguro, aunque a los encuentros me acompañaba un seminarista de una parroquia cercana y nos reuníamos en un lugar neutral, luego se fueron dando las cosas e hicimos acuerdos para que dejaran de amenazar y robar a los maestros y niños, y de dañar la fachada del colegio. Pero lo más importante fue que inicié la gestión con rectores de diferentes Instituciones Educativas para que los aceptaran y por otro lado, conversaba con ellos para entender qué los había hecho dejar la escuela. Tal era la confianza con estos muchachos que iban a mi oficina sin cita previa porque para mí no había diferencia entre un pandillero y un Concejal. De esta experiencia salió un libro que se llama ‘Pandillas juveniles: una historia de amor y desamor’, del cual es coautor junto a Amparo Ardila y Rubén Puerto, basado en la interacción con más de 350 jóvenes de diferentes pandillas de cinco localidades de Bogotá.
¿Cuando llegaste a la Fundación Compartir?
El 15 de agosto de 1996 entré como Director de Desarrollo Social y Comunitario, y he pasado por diferentes cargos y funciones en estos 20 años, pero fue en julio de este año que tuve un nuevo renacer con el nombramiento como Director de Innovación Educativa, con el que estoy trabajando por desarrollar un programa de formación para docentes y pasar de la educación tradicional a la del siglo XXI.
¿Cuál ha sido la mayor satisfacción en tus años de trabajo?
Compartir me abrió la posibilidad de apoyar, servir y colaborarle a las demás personas y eso es algo que llevo en la sangre, hace parte de mi vocación, así que mi mayor satisfacción ha sido ver cómo se han potenciado e impactado las vidas de niños y jóvenes para que hoy en día sean profesionales que se desempeñan en empresas y asumen retos en sus vidas.
¿Qué tipo de actividades disfrutas hacer?
Montar bicicleta, ir a cine con mi esposa y mi hijo de 13 años, y leer novelas y también literatura científica. Específicamente me gusta saber acerca del funcionamiento del cerebro Y cómo es el proceso mental porque tuve un accidente en el 2009 donde me golpee muy fuerte la cabeza y perdí el 22% de mis funciones, lo que me provocó dificultades permanentes como la anosmia, pérdida de memoria inmediata, mal manejo de las emociones y falta de concentración. Esa fue una nueva oportunidad de vida que tuve para dedicarme a lo que me gusta y gozar cada momento con mi familia.
¿Cómo te imaginas en un futuro?
Como profesor, enseñando tiempo completo y viajando, que es uno de los placeres de la vida. Me gustaría visitar a mi sobrino que está en Taiwán por la novedad de la cultura.