Los jóvenes son los más afectados, en el mundo entero, por la plaga del desempleo. Ello aplica para América Latina y, especialmente para Colombia.
De acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la tasa de desempleo urbano para jóvenes latinoamericanos y del Caribe fue superior al 14 % (2014) más del doble que la equivalente a la economía en su conjunto (6,1 %). Ello plantea serios cuestionamientos al menos en dos frentes: el modelo de desarrollo que impera en la mayor parte de naciones de América Latina y el Caribe, por un lado; y por otro, la forma en que niños y jóvenes se están formando.
En palabras simples, economías que, en lo principal, se sustentan en la producción y exportación de algunos “commodities”, son altamente vulnerables a los ciclos internacionales de los precios de los mismos, trátese de petróleo, cobre, níquel, carbón. Otra cara de la moneda es la ausencia de un aparato productivo de bienes y servicios que demande, con alta intensidad, capital humano de alta preparación.
En otras palabras, América Latina y el Caribe están aún lejos de considerarse economías del conocimiento, es decir, lugares en los que la prosperidad esté sustentada, principalmente, en la preparación de su capital humano.
En Colombia, los datos son más preocupantes que los de la región. La tasa de desempleo global es, aproximadamente, del 10 % y la de los jóvenes en el mercado laboral (entre 14 y 28 años) es superior al 16 % (la tasa correspondiente a las mujeres jóvenes es del 22 %).
Los retos para la educación son formidables. En un mundo en que la tasa de innovación tecnológica avanza a paso vertiginoso y en el que cada vez somos más dependientes unos de otros, en el que hay cada vez mayor diversidad, la educación debe pensarse, en el largo plazo, como de toda una vida, inclusiva y de iguales oportunidades para todos.
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