Una breve reseña de la visita hecha al proyecto Mirasol en Rionegro, Antioquia, la cual permitió confirmar que sin duda el capital más valioso de la Fundación Compartir es el capital humano.
Hace un par de semanas, el equipo periodístico de la Fundación Compartir tuvo la oportunidad de visitar el municipio de Ríonegro situado a pocos minutos de Medellín. Al llegar al aeropuerto las expectativas eran enormes ya que visitaríamos a la que es quizás el proyecto de vivienda más ambicioso de la Fundación; sin embargo, para mi la expectativa más grande estaba en poder tener de cerca la historia de las personas que hacen parte de la familia Compartir pero que por cuestiones logísticas y geográficas no había tenido el honor de conocer.
El fresco clima de Rionegro nos dio la bienvenida, eran las 7 de la mañana y yo preparaba las preguntas que iba a realizarle a mis entrevistados. Una hora más tarde, tomamos el transporte que nos acercaría a Mirasol; lo que en Bogotá me habían dicho es “el proyecto de proyectos”. En mi cabeza estaban todas y cada una de las recomendaciones que me habían hecho, se posaban las ideas sobre construcción e inquieto revisaba una y otra vez la ficha técnica del proyecto.
Poder tener de cerca la historia de las personas que hacen parte de la familia Compartir pero que por cuestiones logísticas y geográficas no había tenido el honor de conocer.
Al llegar al lugar de encuentro los primero que llamó mi atención fue que aún no se había empezado a edificar, detalle al que le saqué el mayor provecho ya que debo decir el terreno donde se van a levantar las torres es casi de dimensiones paradisíacas. La temperatura subía y mientras mi compañero de ruta y trabajo preparaba la cámara, nos atendió un hombre que con la hospitalidad propia del antioqueño nos preguntó qué necesitábamos.
Contesté que venía desde Bogotá a realizar una serie de entrevistas y pregunté por Constanza Montoya, quien es la directora administrativa de la Fundación Compartir en Medellín. Al ingresar caminamos alrededor de 100 metros hasta llegar a una casa antigua que actualmente sirve como oficina para arquitectos e ingenieros de la obra.
El recibimiento estuvo cargado de un formalismo propio de esas reuniones en donde integrantes de una misma familia llevan mucho tiempo sin verse. Sin embargo, después de recorrer y alabar la casa donde operan, fue un café el pretexto perfecto para empezar a distensionarse y ver que en realidad somos, al igual que cientos de personas miembros de una familia, la familia Compartir.
Detalle al que le saqué el mayor provecho ya que debo decir el terreno donde se van a levantar las torres es casi de dimensiones paradisíacas.
Al poco tiempo de estar sentados, una persona con la amabilidad por delante se presentó, se trataba de Gloria Arenas, una de las ingenieras del proyecto. Al finalizar el café, nosotros, quienes empezamos como la familia que desconoce que es familia, nos dirigimos hacia el punto de venta. Debo reconocer que aquellas expectativas tan solo eran un vago recuerdo, un indicio de una metodología de trabajo que no aplicaba para esta experiencia.
Esto lo digo porque es maravilloso poder reunir a la familia Compartir y sentir que existe un vínculo enorme entre todos, sean funcionarios, dueños de viviendas, estudiantes o personas que alguna vez encontraron, en la Fundación, la ayuda necesaria para salir adelante.
Recorrimos paso a paso la sala de ventas, vimos los planos y repasamos las características del proyecto. Seguido, visitamos los apartamentos modelos, con los acabados de calidad, el balcón y poco a poco fui descubriendo proyectos como este es la consolidación de la labor de la Fundación por mejorar la calidad de vida de los colombianos. Si bien Mirasol es un proyecto dirigido al estrato 4, los precios no son altos en relación a otros proyectos.
El recibimiento estuvo cargado de un formalismo propio de esas reuniones en donde integrantes de una misma familia llevan mucho tiempo sin verse.
Poco a poco íbamos recorriendo cada centímetro de uno de los apartamentos modelo, siendo sincero las ganas de comprar un apartamento de ese estilo se habían dilapidado con los precios de la finca raíz en Bogotá, pero mi esperanza resurgió al conocer los precios, las prestaciones y el respaldo de valorización que brinda el hecho de ser un proyecto desarrollado por la Fundación Compartir.
Rato más tarde, después de una charla amena con Constanza y Gloria, comprendí que la Fundación Compartir no vende proyectos ni características. La Fundación Compartir ayuda a cientos de colombianos a alcanzar sus metas; de una u otra forma Compartir hace realidad los sueños de cientos de colombianos que hacen parte de esta familia, la familia Compartir.
Comprendí que la Fundación Compartir no vende proyectos ni características. La Fundación Compartir ayuda a cientos de colombianos a alcanzar sus metas; de una u otra forma Compartir hace realidad los sueños de cientos de colombianos que hacen parte de esta familia, la familia Compartir.
Oí una a una las historias de vida contadas por Gloria y Constanza, historias donde se hablaba de la felicidad de las familias que se han visto beneficiadas por los proyectos de vivienda realizados por Compartir, historias de colaboradores que desde hace más de 10 años hacen parte del equipo de la Fundación. Incluso oí con atención las historias en las que tuvieron que hacer frente a circunstancias adversas.
En cada una de sus palabras pude notar algo que caracteriza a los compañeros de equipo que he tenido la fortuna de visitar. Ese brillo dado solamente por hacer lo que más les gusta, esa sonrisa satisfactoria producida por ser actores principales de la construcción de una mejor Colombia.
En Constanza y Gloria pude ver reflejado el sentido de pertenencia, el tesón y el firme compromiso que sienten quienes pertenecen a Compartir; a través de ellas quiero manifestar mi gratitud por su hospitalidad, por cada gesto de amabilidad que tuvieron durante nuestra visita.
Ese brillo dado solamente por hacer lo que más les gusta, esa sonrisa satisfactoria producida por ser actores principales de la construcción de una mejor Colombia.
Al finalizar la jornada, la despedida estuvo cargada de emotividad y buenos deseos. Aquellos familiares que en horas de la mañana a duras penas sabían que existían, se despedían con la certeza de un futuro reencuentro, con la tranquilidad de saber que aunque sean cientos de kilómetros los que separan la sede de Bogotá y la de Medellín, estamos más cerca de lo que pensamos; unidos por el firme propósito de fomentar una sociedad más equitativa.