Después de entregar casa a cientos de personas por cuatro años, su anhelo es la de entregarse la suya muy pronto.
De piel trigueña, ojos café, cabello corto y baja estatura, Andrea Lizarazo Jiménez, profesional en Nutrición y dietética de la Universidad Nacional, no deja de moverse de un lado a otro. Los lunes de 8 a.m. a 1 p.m. es el único espacio en el que está en la Fundación Compartir, así que va a la impresora, habla con un compañero, la llama su jefe, vuelve a levantarse, y así, una y otra vez. Al llegar la hora de nuestra cita, me asomo a la oficina de Hábitat, me mira y me pregunta: “¿Tengo tiempo de ir a la peluquería? ¡No me demoro!
Su rutina diaria empieza con una oración a Dios, luego piensa en cosas positivas que la hagan reír y de ahí en adelante, comienza una jornada maratónica. Lleva a su hija Mariana, de tres años, al colegio en bicicleta, se devuelve a la casa, se arregla para ir a trabajar y cuando llega a la sala de ventas, organiza lo que tiene que hacer en el día; ella es actualmente asesora de ventas del proyecto de construcción Tángara II, en Bosa Brasil, donde atiende los sueños de muchas personas.
¿Qué es lo que más disfrutas de lo que haces?
Que yo no vendo casas como muchos creen. Yo vendo sueños, el anhelo de muchas familias. A veces es su primera vez y toca llevarlos como si fuera un bebé que primero gatea, da sus primeros pasos, luego camina y al final ya corre.
¿Tienes alguna experiencia?
Muchas. Una que nunca olvidaré, es la de un señor llamado Pedro Pescador, fabricador de muebles, que llegó a Faisanes I, mi primer proyecto con la Fundación, y para él, su primera casa propia.
Ese día tuvimos una conversación amena, nos entendimos y hubo empatía, en esos momentos, tenía siete meses de embarazo de Mariana, así que me preguntó qué le había comprado a la bebé y le dije que no había tenido tiempo para comprarle la cama cuna que quería.
El señor se fue y volvió a la semana siguiente, se asomó a la sala y me llamó: “Doña Andrea venga acá, la necesito”. Ese día había mucha gente esperando que la atendieran y le dije que no podía moverme. Él insistía e insistía, y cuando salí, estaba una cama cuna que me había traído para mi hija.
La piel se me erizó y empecé a llorar: “¿Pedro, usted por qué hizo esto?” Y me dijo: “Señora Andrea usted se merece esto y mucho más, perdóneme que no le compré ni las tablas ni la colchoneta”.
¿De qué manera la Fundación ha cambiado tu vida?
Estoy muy agradecida con la Fundación Compartir porque me ha dado ese anhelo, esas ganas de estar con la gente. Tengo la fortuna y el orgullo de que por donde voy la gente me saluda, me llaman y me buscan. Además, me brinda la oportunidad de que si quiero algo debo esforzarme para alcanzarlo.
¿Con qué sueñas?
Con mi casa en Modelia, que tenga chimenea, tres habitaciones, dos baños, garaje, antejardín y patio. ¿Es mucho pedir? Yo sé que lo voy a lograr, Dios me ha bendecido mucho y sé que me la va a dar. También sueño con mi hijo Mateo profesional y me gustaría estudiar algo de Finanzas.