La educación de buena calidad para todos es la condición más importante para una sociedad que quiera vivir en paz, próspera, solidaria y democrática.
Es imposible lograrla sin la participación de las familias. A la fecha, son los docentes los héroes anónimos que buscan suplir el bajo compromiso familiar a lo largo y ancho del país.
La forma en que se accede a la educación es fuente de inequidad social y económica. La cobertura de la educación, básica, media y superior, ha aumentado en el último cuarto de siglo. Sin embargo, los contextos regionales y familiares, en los que los niños y niñas entran al “sistema”, marcan sus posibilidades de desempeño y ascenso en la escalera social.
No es lo mismo acceder a la educación de un puñado de buenos colegios privados en algunas capitales colombianas, bilingües, con alta participación de los padres de familia, que en sedes escolares a las que se llega recorriendo largas distancias, campos minados y sembrados de coca (Colombia es el primer productor mundial del maldito clorhidrato), con la presencia de actores armados.
Hay millones de niños y niñas afectados por varias de las características siguientes:
De los 10,3 millones de niños y jóvenes en la educación básica y media alrededor del 27% están en el campo. En muchos casos, la escuela rural no transmite la ilusión de futuro a las familias, que no ven un retorno claro al enviar allí a sus hijos: prefieren que produzcan.
La ausencia de los padres en la vida escolar de sus hijos en algunos contextos rurales y urbanos es total. En grandes ciudades, la distancia al lugar de trabajo y la precariedad laboral hace imposible la “militancia” de padres de familia.
La violencia intrafamiliar va de la mano de la provocada por grupos armados. Víctimas de la violencia, residentes en su lugar de origen o desplazadas, al no tener manera de tramitar sus dolores, desarrollan comportamientos agresivos físicos y sicológicos hacia niños y niñas, que afectan su desarrollo integral.
La diversidad regional y cultural tiene que ver con la participación de los padres. Algo va de comunidades indígenas (Cauca, Nariño), de alto compromiso con la educación de sus hijos, a la indiferencia de familias que viven en condiciones de hacinamiento en algunas zonas rurales en Sucre, en las que los abusos de todo tipo son pan de cada día.
El trabajo anónimo de decenas de miles de docentes contribuye a suplir el déficit afectivo familiar, pero no es suficiente. Cuando pueden, intervienen en el entorno familiar, vinculan a los padres, protegen a los niños… Colombia debe agradecerles.
Se requiere de políticas que le apunten a la transformación de las familias si se desea que sean protectoras de sus hijos, condición indispensable en la calidad de la educación: acompañamiento a las familias, pautas de crianza y cuidado, resolución pacífica de conflictos, entre otros.
Si no hay estrategias para la transformación familiar, será imposible construir paz.
Columna escrita por Rafael Orduz, gerente general de la Fundación Compartir publicada en El Espectador el 11 - 01 - 2016 www.elespectador.com/opinion/calidad-de-educacion-docentes-y-familia