Dormir en un auto y vivir en la calle más de la mitad de su vida, no fue impedimento para que Lucas Cesio, un chico argentino de 12 años, lograra terminar la primaria.
La historia de Lucas no puede dejar de asombrarnos; aunque hace parte de otras cientos de historias de superación propias de nuestro ADN cultural, la de Lucas llama la atención por ser, esta vez, lejana a un escenario rural carente de recursos o en situación de marginalidad. Esta historia se da en uno de los barrios más reconocidos de la capital argentina, en donde, al igual que todas las capitales de la región, palabras como "inclusión, igualdad, educación y equidad" hacen parte del cotidiano de sus habitantes. Cotidiano muchas veces utópico y ajeno a una realidad palpable en cualquier esquina.
Lucas un chico de 12 años de edad, alumno de la escuela 5 Enrique de Vedia del barrio porteño de Villa Urquiza luchó contra todas las circunstancias adversas para alcanzar su sueño de graduarse de la primaria. El día de la ceremonia de graduación, al ser llamado por la directora de la escuela, los años de esfuerzo y sacrificio y sobre todo el orgullo de una madre al ver a su hijo recibir el diploma, hicieron que ella rompiera en llanto. Frente a sus ojos empapados de lágrimas, con la frente en alto y una sonrisa de fábula, pasaba su hijo, su orgullo, Lucas, que a paso firme, al igual que siempre como cuando enfrentó todas sus dificultades, iba en busca de su diploma que señalaba que ya había terminado la primaria.
Esta historia se da en uno de los barrios más reconocidos de la capital argentina, en donde, al igual que todas las capitales de la región, palabras como "inclusión, igualdad, educación y equidad" hacen parte del cotidiano de sus habitantes. Cotidiano muchas veces utópico y ajeno a una realidad palpable en cualquier esquina.
Desde los 7 años Lucas vivió en la calle. Su historia representa a la de muchos niños, basada en el valor y el esfuerzo. De los miles y miles de nenes que todos los días se ponen su delantal blanco y preparan la mochila para ir a la escuela, existe uno que luchó contra todo. Su realidad iba en contramano a su verdad y a pesar de no tener una casa, con una mesa y silla para poder estudiar, Lucas Cesio dio pasos llenos de valentía y deseos de superación para vencer cada uno de los obstáculos que se pusieron en su camino y que hoy con tan solo 12 años, lo convierten en un ejemplo para pequeños y grandes.
Para su madre, la educación de sus hijos siempre fue prioritaria. Cuando Lucas tenía cinco años, por un problema económico, Marisa (madre de Lucas) perdió todo y junto a sus otros dos hijos quedaron, literalmente en la calle. A partir de ahí todo empeoró, ya que Marisa perdió su trabajo y no podía alimentar como quería a sus hijos; pero había sólo una cosa que para ella era primordial: la educación. "No podía permitir que ninguno de mis hijos dejara de estudiar", dice.
Pasaba el tiempo y los primeros años, las noches las pasaban en la Plaza Éxodo Jujeño, en el barrio de Villa Urquiza, a pocas cuadras de la escuela Número 5 “Enrique de Vedia”, donde estudiaba. "Todas las mañanas era lo mismo, primero íbamos hasta una estación de servicio donde nos prestaban el baño para que los nenes se higienizaran, luego empezábamos a caminar y recorríamos panaderías, heladerías o pizzerías; buscando que nos dieran algo de comer. Con mi familia no pedíamos plata, lo único que queríamos era lo que les sobrara para poder comer. Si nos querían dar dinero les decíamos que no, que preferíamos una empanada”. Narra Marisa.
Frente a sus ojos empapados de lágrimas, con la frente en alto y una sonrisa de fábula, pasaba su hijo, su orgullo, Lucas, que a paso firme, al igual que siempre como cuando enfrentó todas sus dificultades, iba en busca de su diploma que señalaba que ya había terminado la primaria.
El Google de Lucas eran sus apuntes y lo que su mamá recordaba de su paso por la escuela; no podía consultar respuestas en algún ciber café y es que había días más difíciles en los que Lucas debía ir a la escuela sin comer nada. Sin embargo, siempre llegaba con la tarea terminada, la hacía abajo de un tubo de luz, sentado en alguna verja del parque u oculto bajo el techo de alguna casa los días de lluvia.
Una noche, con una fuerte tormenta de telón de fondo, un vecino solidario se acercó a ellos y les dio las llaves de su auto, un Peugeot 505 color champagne, para que se protegieran del agua y el frío: “Dormíamos como podíamos, me acuerdo que a veces me tenía que bajar del coche en la noche para estirar las piernas porque se me dormían y me dolían. Pero estar en el auto era mejor que en la calle porque ahí tenía miedo de que alguien nos robara o me raptaran”. “Una vez nos mandaron a un parador que tiene la ciudad para los que viven en la calle, pero fue horrible. Nos miraban mal y nos gritaban. Esa noche la miré a mi mamá y le dije que no quería venir nunca más y que prefería estar en el coche”, cuenta Lucas.
Si bien el trato en la escuela fue bueno y los mismos compañeritos de Lucas lo invitaban a comer, nunca hubo diferencias a la hora de los exámenes o entrega de trabajos prácticos: “Lo único que admito es que de vez en cuando me sentaba en el último banco y me quedaba dormido, yo no quería, pero estaba muy cansado”, dice Lucas.
La situación empezó a cambiar y fue así que Marisa logró acceder a un beneficio de vivienda de interés social en Florencio Varela. Si bien queda a más de tres horas de distancia de su escuela, el deseo de Lucas fue el de terminar sus estudios allí junto a sus compañeros aunque esto le implicara tomar un tren, dos colectivos y el subte.
“Me gusta estudiar, lo disfruto y aprendo. Es importante para poder ser alguien en la vida. A los chicos que no estudian les diría que sí lo hagan porque es una de las cosas más importantes que tenemos y con la que podemos cumplir nuestros sueños"
Día a día, a las 4 de la mañana Lucas se levantaba para poder entrar en horario a la escuela, donde lo recibían con un café con leche y galletitas. “Las quiero mucho a mis maestras porque son como mi mamá, me cuidan y me escuchan. Gracias a ellas yo aprendí todo, aunque ahora en el secundario tengo que mejorar con matemática porque es lo que más me cuesta”, cuenta Lucas.
El reto que viene será igual o quizás más difícil pero Lucas asegura que nunca bajará los brazos: “Me gusta estudiar, lo disfruto y aprendo. Es importante para poder ser alguien en la vida. A los chicos que no estudian les diría que sí lo hagan porque es una de las cosas más importantes que tenemos y con la que podemos cumplir nuestros sueños".