Fernando Quiróz entrevistó a la presidente de la Fundación Compartir.
Hace 35 años, tras las graves inundaciones en Patio Bonito, al sur de Bogotá, el constructor Pedro Gómez Barrero decidió convocar la solidaridad de un grupo de empresarios para colaborar con el gobierno en el manejo de la tragedia y, poco a poco, ayudar a construir un país más equitativo.
Así nació la Fundación Compartir, que ha construido miles de viviendas dignas, ha levantado decenas de colegios, ha apoyado la labor de microempresarios y artesanos y ha promovido la educación de calidad, entre otras acciones con el Premio Compartir al Maestro. Recientemente, Gómez Barrero se retiró de la Presidencia de la fundación y la dejó en manos de su hija Luisa, que ha sido uno de sus más importantes soportes en esta labor.
Luisa Gómez ha sido consultora del Banco Mundial y de Naciones Unidas, es una apasionada de la educación, estudió filosofía y letras en la Universidad de Los Andes, y realizó una maestría y es candidata doctoral en temas relacionados con la enseñanza en la Universidad de Columbia, en Nueva York.
Está convencida de que el mayor problema de Colombia es la falta de tolerancia, que nos impide evolucionar y desarrollarnos como sociedad. Cree que las aulas serán escenarios clave en el posconflicto, y, bajo su tutela, en Compartir ya empezaron la discusión a través de conversatorios con personas de diferentes sectores de la sociedad para trabajar conjuntamente el tema de educación y paz, porque saben que hay estructuras pedagógicas que han permitido que los niños tengan mejor convivencia y sean más tolerantes.
¿Qué significa Compartir?
Significa trabajar con la comunidad, aprender de ellos y compartir ese aprendizaje.
¿Cuál ha sido el momento más emocionante de su trabajo con la Fundación?
La primera vez que fui a visitar un profesor seleccionado para el Premio Compartir al Maestro, en Barranquilla, y nos recibieron todos los alumnos del colegio con música y pancartas: fue muy emocionante ver cómo valoraban el premio.
Pedro Gómez Barrero, en pocas palabras.
Es el hombre más liberal que conozco. Siempre ha visto a Colombia como un país de todos y para todos, y está convencido de que todos deben tener las mismas oportunidades de salir adelante. Es también un visionario: él ve con 30 años de anticipación lo que va a ser importante. Y en familia, un papá muy cariñoso y un abuelo espectacular, siempre pendiente de nosotros, incluso hoy, sin importar la edad que tengamos sus hijos.
¿Cómo se ha manifestado ese carácter visionario en la Fundación Compartir?
Él vio la necesidad de trabajar por las comunidades desprotegidas, pero pensó que la fundación debía entregarles algo que los hiciera exitosos de por vida, y no la felicidad por un minuto, y vio en la educación el elemento clave para lograr la equidad en el país, mucho antes de que se empezara a hablar en serio del tema.
¿Qué es lo más valioso que ha aprendido de su padre?
La solidaridad y el valor de compartir lo que uno es y lo que ha aprendido. En un país como Colombia, las fundaciones tienen mucho por hacer. Además de la educación.
¿Cuáles han sido las prioridades para Compartir?
La vivienda digna, los espacios para el tiempo libre y las actividades después de que los niños terminan el colegio.
¿Hasta dónde han llegado en busca de docentes ejemplares para el Premio Compartir al Maestro?
A los pueblos más alejados del país, incluido uno que se llama Lejanías. Hemos tratado de ir hasta donde los docentes están, sin importar las condiciones de tiempo ni el estado de las carreteras, para verlos trabajar en el aula. De donde nos escriban y a donde pensamos que hay un maestro valioso, allá vamos.
Dicen que su mayor afición es el estudio. ¿Es verdad?
Sí, me encanta, y todos los días estudio, todos los días leo lo que me llega de las comunidades académicas. Me apasiona conocer resultados de estudios de punta porque son muy valiosos para lo que hacemos en la fundación. Y si pudiera volver a la universidad, no lo dudaría.
¿Y qué estudiaría?
Seguiría en el campo educativo. Me gustaría aprender a transformar la pedagogía de los colegios para que los jóvenes se vean más motivados a seguir aprendiendo.
¿Qué es lo más significativo que ha aprendido en la academia?
Que uno tiene que trabajar de abajo hacia arriba. Que primero hay que preguntar y escuchar a las personas con las que uno está trabajando y luego sí tratar de aplicar las teorías o los conocimientos que vienen de afuera.
¿Cuál es el mejor recuerdo que tiene de la Universidad de Columbia?
Los profesores. Tenían la capacidad de transferirle a uno la pasión por la docencia, el amor por la profesión, y tenían la capacidad de enseñarle a uno a aprender a aprender, a pensar por uno mismo y a ser crítico.
¿Y de la Universidad de Los Andes?
El amor por la lectura y por entender el mundo a través de la filosofía.
También es apasionada del cine. Tres películas que la hayan conmovido especialmente.
Madre e hija, de Rodrigo García Barcha. Uno no entiende cómo una persona que no ha pasado por esa experiencia logra expresarla de tal forma. Una que repito y repito es Kagemusha, de Akira Kurosawa, la historia de un samurái y el amor por su país. Y acabo de ver Beasts of No Nation, una historia de niños guerrilleros en África; me impactó mucho.
¿Tres escritores a los que siempre vuelve?
Tomás González me encanta. Y vuelvo siempre a la Generación del 27, y en especial a Pedro Salinas. Y en filosofía siempre vuelvo a los griegos y a un libro de Werner Jaeger que se llama Paideia: ahí está la base de la enseñanza.
¿Qué tan solidarios somos los colombianos?
Somos muy solidarios, pero desconfiados. En épocas de crisis pensamos más en nosotros que en los demás, y tenemos que saber que si mi vecino no está bien, nuestro entorno no está bien.
*Entrevista publicada en la revista Carrusel el 18 de noviembre de 2015